jueves, 12 de diciembre de 2013

Muerte



Dicen que a los mexicanos nos encanta hablar de la muerte. Cargamos con nuestra calaverita en el costado izquierdo, hablamos con ella y hasta nos mofamos de ella; la llamamos de mil maneras: la Calaca, la Catrina, la Huesuda, la Parca, la Dientona, la Flaca, la Pálida, la Pelona y hasta la tía de las muchachas etc.
Pero cualquiera que sea la concepción de muerte, es necesario considerar la existencia de un alma o espíritu residente que será el sobreviviente cuando el cuerpo muere. En Occidente el concepto de Inmortalidad del Alma surge desde la antigua Grecia. Platón, consideró el alma como la esencia humana, el principio y el fundamento del conocimiento humano, concebía al cuerpo como la prisión del alma y era necesario procurar todo aquello que nos ayudara a liberarla de su cárcel material para que ésta pudiera experimentar la plenitud. Mientras que Aristóteles define el alma como "la entelequia primera de un cuerpo natural que tiene la vida en potencia", es decir el alma es la forma que determina y define un cuerpo natural que tiene vida, incluyendo la vida animal y vegetal.
Octavio Paz, en el Laberinto de la Soledad, atinó a describir al mexicano: "El mexicano frecuenta a la muerte, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor permanente". Paz nos habla de cómo el mexicano desprecia a la muerte, a la vez que la venera, y piensa que cada quien recibe la muerte que se busca.

Antiguas creencias

En la cultura náhuatl existía un concepto similar a esta "alma", en donde todo ser terrestre comparte una esencia que lo identifica con lo divino (tonalli). Las divinidades, por tanto, serán el principio vital de toda existencia y su vía de acceso al otro mundo. Al morir el tonalli puede separarse del cuerpo y vagar por el mundo. Sucede también que puede temporalmente abandonar el cuerpo en momentos de inconciencia tales como una enfermedad, en estado de ebriedad, al momento de dormir o durante el acto sexual. Así pues, la muerte se considera como un paso más en el transcurrir de la existencia, el tonalli habitará temporalmente en el cuerpo, que le sirve como vehículo para posteriormente llegar al paraíso; en cierto modo podría verse como una versión parecida a la cristiana, pero en este caso no existe la idea de "castigo" y mucho menos espacios como el purgatorio o el infierno. Para cualquiera que haya muerto, según los nahuas, así haya sido un gran guerrero, un héroe o un traidor, el camino de los Muertos o Mictlán. será arduo y lleno de obstáculos.
El Mictlán, era un camino largo que no distinguía entre clases sociales. Se dice que se ubicaba al norte y su entrada se describe como un lugar oscuro y cavernoso, al que se llega descendiendo. Una vez que se entra ya no se puede salir, a excepción de dos animales considerados como mensajeros: el tecolote y la lechuza.
Una vez emprendido el camino, este los lleva a descender por bajadas violentas, en primera instancia se debe cruzar el Río Apanoyan, que era tan caudaloso que se necesitaría la ayuda de un perro, que llevará al muerto en su lomo. La importancia del perro radicaba en el trato a los animales en la vida de la persona, si se les había tratado bien y si el perro los reconocía como dueño, si no, este corría el peligro de quedarse en el Apanoyan por toda la eternidad. El segundo mundo obligaba a pasar desnudo entre dos montañas que chocan, posteriormente había que pasar el cerro erizado de pernales Iztépetl, o cerro de navajas. El cuarto inframundo era el Cehuecayan, ocho collados donde nieva constantemente y después atravesar ocho páramos, El sexto inframundo es el lugar donde manos invisibles flechan a los pasantes, también conocido como Timiminaloayan. El séptimo requería cruzar agua negra donde se encontraba una lagartija llamada Xochitónal, este mundo es conocido como el Apanhiayo. Al llegar al octavo mundo, conocido como  Chiconahuiapan o Izmictlán, se debía proceder a atravesar otros nueve ríos, muy largos. En el  noveno inframundo o Itzmitlanapochcalocan, el más profundo de todos, se encontraba el dios Mictlán el cual tenía una dualidad femenina y les daría la bienvenida a los muertos, ofreciéndoles su tan anhelado descanso. La recompensa ante tal travesía viene al observar cada día un atardecer magnífico sobre el Mictlán.
Para los antiguos habitantes del Anáhuac  " Al morir, había no sólo un mundo más allá, sino muchos, y el destino final dependía no de ser buenos y píos en esta vida (como enseña la doctrina católica), sino por la forma en que se moría. Así, para los guerreros caídos en el campo de batalla o las mujeres que morían en el parto, estaba asignado un mundo luminoso y amplio llamado Tonatiuhcan o paraíso de Huitzilopochtli, había un lugar reservado para los que morían por causas relacionadas con el agua, otro para los niños que morían al nacer y aquellos "inframundos" (en realidad no existía el concepto católico de infierno), donde en lugar de llamas o diablos terroríficos a lo que se enfrentaban aquellos que no alcanzaban la muerte luminosa, era el mundo de "la nada", un espacio vacío, estéril y carente de todo.
Mictlantecuhtli, y los muertos que junto con su esposa Mictecacíhuatl, regían el reino de Mictlán, criaturas como: arañas, escorpiones, cienpiés, murciélagos y tecolotes; funcionaban como mensajeros, asociados a la noche y a los nueve pasos de los inframundos. Interesante paralelismo con la Divina Comedia, en la que Dante en su Infierno, acompañado por su maestro y guía, describe  los nueve círculos en los que son sometidos a castigo los condenados, según la gravedad de los pecados cometidos en vida.
En la actualidad, en Chiapas, la gente se sienta en el piso cubierto por hojas de pino; en lugar de cura encontramos a los chamanes tzotziles que atienden a sus pacientes y degüellan gallinas; y la imagen de Cristo está relegada a segundo plano porque el centro de adoración es San Juan Bautista, al frente de un altar que lo mismo tiene veladoras y otras imágenes de santos junto a canastas de huevos y botellas de Coca-Cola.
Es así como la imagen de la Santa Muerte se ha convertido en las últimas décadas en una especie de icono simbólico para aquellos que son rechazados por el poder de la Iglesia o el Estado. 


A pesar de su carácter tenebroso, esa calaca vestida con colores rojo para el amor, blanco la suerte, y negro para la protección, y más aún, a pesar de su relación con la delincuencia, el crimen organizado y el narcotráfico, la imagen de la Santa Muerte se nos presenta como doncella en una verbena popular. La gente habla con ella, le reza, le ofrece dulces y pistolas, y sin problema se persignan ante ella como si fuera la mismísima virgen. Habrá quienes la vean como una nueva forma de re-interpretación de las tradiciones típicas del Día de Muertos, sin embargo hay quienes la ven como una figura diabólica, satánica y de magia negra. La Iglesia Católica los considera como satánicos y sus fieles son catalogados como delincuentes.
Pero sin importar cual sea la consideración, la muerte, es una presencia recurrente y profundamente arraigada en la cultura del mexicano. 
Necesitamos a la muerte que nos cuide de la muerte. Necesitamos a la muerte que nos guíe para no morir. Necesitamos a la muerte porque sin ella, no estaríamos vivos.
Se llega a la conclusión de que la muerte es festejada y venerada por todos los individuos de la sociedad, unos la veneran como si fuera su diosa, otros simplemente le rinden culto y ofrenda cuando algún familiar ha fallecido. En efecto, las creencias de las personas no son las mismas, cada quien respeta y venera lo que mejor le parece.


----->>>>> HECHO EN MÉXICO - TRAILER <<<<<----------





trabajo elaborado por: +Jose Francisco Diaz Messina
+Sandra Molina Aguilar



No hay comentarios:

Publicar un comentario